Por: Walter
Payehuanca Añamuro
El catolicismo se remonta al año 313, año en el que
el Emperador de Roma Constantino emitió el Edicto de Milán mediante el cual se
autorizó la libertad de la religión cristiana. Posteriormente el año 325 este
mismo Emperador realizó el Concilio Ecuménico de Nicea; en este encuentro, se
debatió y se voto sobre muchos aspectos del cristianismo, como la fecha de la
pascua, el papel de los obispos, la administración de los sacramentos, y por
supuesto lo más importante la divinidad de Jesús, es decir el hecho de que
Jesús pasara a considerarse de profeta mortal a “hijo de Dios”, se votó en este
evento y por una diferencia de un voto se decidió que Jesús fuera divino, de
esta manera se dio origen a la Iglesia Católica Apostólica y Romana, con el
objetivo fundamental de unificar el imperio Romano y el establecimiento de la
base de poder del Vaticano. Para reforzar esta decisión, Constantino encargo y
financió la redacción de una nueva Biblia que omitiera los evangelios en los
que se hablara de los rasgos “humanos” de Cristo que fueron llamados apócrifos,
y que exagerara los que lo acercaban a la divinidad. Los evangelios
considerados “apócrifos”, fueron prohibidos y quemados.
La iglesia, a partir de entonces
se consideró con el derecho a reinar, no sólo sobre los individuos y las
familias sino también sobre los pueblos, consideraba que el Estado tenía el
deber de abrazar, profesar y proteger la Religión Católica, de ponerse al
servicio de la iglesia, de usar la ley y la espada para el reino social de
Jesús. La iglesia se atribuía el derecho de exigir que el estado ponga la
fuerza de que dispone al servicio de los
intereses espirituales que supuestamente el estado tiene la misión de amparar.
De este modo la iglesia católica se transformó en un enemigo acérrimo, de todas
las grandes reformas y revoluciones, desde la libertad del esclavo hasta la
emancipación de la mujer, desde la “independencia” de las naciones, la
liberación de las naciones, hasta la inviolabilidad de las conciencias. La
Iglesia fue fiel aliado de los esclavistas, de los señores feudales, de los
burgueses, y de todo los opresores de turno; recordemos que nuestro Tawantinsuyu fue invadido por una
banda de asaltantes conformada por tres delincuentes uno de ellos fue un
sacerdote.
La Iglesia católica siempre se
ha entrometido en los asuntos social y político, ha dominado y manipulado las
conciencias, oponiéndose a toda reforma, como un aliado inevitable de todos los
opresores, de los criollos y de todos los grupos de poder que nos han gobernado
y nos gobiernan aún; han apoyado tiranías con dos armas, la espada del militar
y la cruz del sacerdote. Esta posición reaccionaria de la Iglesia Católica, generó
en el siglo XVIII, respuestas por ejemplo en Francia donde se decía que “para
sembrar en Francia los gérmenes de la revolución, era necesario empezar a la
infame (refiriéndose a la religión católica); Diderot aconsejaba “ahorcar el
último Rey con los intestinos del último sacerdote”, por su parte Blanqui acuño
la frase “Ni dios ni amo”, Bakounine afirmaba que “si dios existiera sería
necesario abolirle”, finalmente Sebastián Faure decía: “marchemos al combate
contra el dogma, contra el misterio, contra el absurdo, contra la religión”.
A los
revolucionarios nos llaman enemigos de la religión, de la familia, de la
propiedad privada y de la patria. Cuando
luchamos en contra del régimen egoísta del capitalismo, por justicia y
solidaridad, la iglesia sale al frente señalando que “no debe invocarse la
justicia y solidaridad, sino la caridad, y que la pobreza se resuelve con
limosna, y si aun con la caridad y limosna no se soluciona la situación de las
clases o razas oprimidas, no le cabe más que resignarse a su suerte y esperar
la retribución en el otro mundo”. Cuando la iglesia apoya una causa
revolucionaria de las clases o razas oprimidas, no lo hace con la finalidad de
apoyar la liberación integral del hombre de la opresión, sino con el propósito
de distorsionarla y encausar hacia sus propios fines, el de provocar su derrota
o desviándola de sus fines.
La religión
Católica es eminentemente conservadora y reaccionaria, opresora, aristocrática
y oficial. Creen que el mundo no debe seguir un paso más allá del punto en que
la religión se detiene. Las religiones son como una especie de muro construido alrededor
de la humanidad: si queremos avanzar, tenemos que demoler el muro.
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